Automedicarse implica tomar una decisión sobre la propia salud y de esa forma utilizar un fármaco sin prescripción médica.

Esto puede tener repercusiones negativas tanto para el sistema de sanitario como para la salud del paciente, que pueden llegar incluso a la muerte.

La elección del fármaco incorrecto o errores en la posología de éste, pueden modificar el curso natural de la enfermedad o agravar el cuadro original por enmascaramiento de los síntomas y/o entorpecer el diagnóstico.

Asimismo, este tipo de prácticas puede generar interacciones entre medicamentos.

Pueden resultar en pérdida de la eficacia o aumento del riesgo de toxicidad o reacciones adversas.

Otra de las consecuencias de automedicarse es el incremento en el riesgo de dependencia, pudiendo generar cuadros que requieren abordajes terapéuticos complejos para su resolución.

Del mismo modo, se ha evidenciado que el uso indiscriminado de antibióticos genera un aumento de resistencia bacteriana, que, en otras palabras, sucede cuando un microorganismo deja de verse afectado por un antimicrobiano al que anteriormente era sensible.

De esta forma, los tratamientos habituales se vuelven ineficaces y las infecciones persisten incrementando la posibilidad de contagio entre las personas.

Estas consecuencias en la salud del paciente generalmente se relacionan con el aumento de los costes sanitarios.

En casos como los citados anteriormente el paciente requerirá asistencia médica para resolver las afecciones clínicas secundarias al uso de medicamentos sin supervisión de un profesional de la salud.